Según la tradición japonesa la ceremonia del té trata mucho más que de la bebida. El agua caliente con hojas molidas es una ayuda para darle a nuestra mente una señal de que estamos entrando en un estado de concentración. Los numerosos ritos y significados para preparar y servir el té hacen de esta experiencia algo difícil de reproducir.
Hoy en día podemos conseguir té con denominación de origen listo para servirse en cualquier momento.
A pesar de esto hay quienes todavía preferimos pasar por un proceso lento y consciente para realizar nuestras actividades.
Antes del streaming cuando queríamos escuchar música teníamos que preparar el reproductor, abrir la caja y colocar el disco. Para los melómanos quizás había un sillón predilecto para recostarse. Estos minutos previos nos permitían experimentar diferentes elementos y prepararnos para la música.
Pero eso no era todo, el álbum venía acompañado de un librito con ilustraciones y la letra de las canciones que nos complementaban la experiencia. Podíamos sentir la sentir la textura del papel, incluso olerlo.

Nuestro universo musical en ese entonces estaba limitado a lo que conseguíamos comprar, o que nos prestaban. Si deseábamos acceder a más, podíamos emplear un recurso como Napster, LimeWire o un Blog de música para descargarlos y transferirlos a un reproductor de MP3. La conformación de la biblioteca musical de cada quien requería esfuerzo.

Hoy podemos seleccionar cualquier album de la biblioteca de Spotify y reproducirlo en cualquier momento y en cualquier lugar. Una experiencia empaquetada y lista para servirse en cualquier momento y en cualquier lugar.
Y podemos hacer esto de manera “infinita”. Al terminar un álbum en streaming podemos reproducir otro inmediatamente, solo necesitamos mover un dedo. Podemos elegir no hacerlo, pero saber que podemos, sin ningún esfuerzo, desvaloriza la experiencia (al menos para mí).
Es válido preguntarse –¿Porque dedicarme a escuchar sólo este disco, cuando puedo escuchar todas las canciones del mundo?

La mayoría de cosas que están a nuestro alcance hoy son intangibles, inmediatas e “infinitas”.
Quizás empiezo a sonar como un nostálgico irremediable, pero reconozco que esto tiene un lado positivo. Gracias a la democratización del contenido y la difusión sencilla he podido descubrir cosas maravillosas; música y libros que jamás me hubiera encontrado en una tienda.
REENCUADRANDO EL CONSUMO
La finalidad de escuchar un disco o leer un libro es conseguir cierto conocimiento o estado mental. En ese sentido las cosas materiales nos ayudaban a ponerle un límite físico a nuestra actividad, y enfocarnos en ella.
Hoy esto es un poco mas complicado. Los contenidos abundan y pasamos de una pantalla a otra, estáticos y sin ningún esfuerzo para acceder a ellos. Nuestra mente no distingue si estamos descansando o estamos trabajando; no sabe dónde termina una experiencia y dónde empieza otra; lo cual puede ocasionar fatiga mental y a la larga problemas de ansiedad.
En gran medida creo que esto se debe a que nuestra mente no está diseñada estimular únicamente la vista y el oído, necesita hacer uso de los otros sentidos también.

A luces de esta situación, no creo que el problema es enteramente la existencia de plataformas de streaming en libros o música. Es cómo las usamos.
Creo que debemos de aprender a trabajar con ellas a darles su tiempo y a celebrar aquello que consumimos. En muchas ocasiones lo único que necesitamos es poder dotar de significado aquello que consumimos, darle valor y permitirnos crear un pequeño ritual en su honor. Precisamente porque el momento que nos proporciona es importante para nosotros.