[En la película de la historia sin fin, cuando una persona pierde la chispa o fuerza vital, aparece una energía (o lo contrario a ella) que avanza sin piedad y la consume. Esta energía (o anti energía) es conocida como “la nada”]

En la primera semana de mi primaria entró al salón de clases un hombrecillo con una guitarra. Después de presentarse empezó a tocar y a bailotear las canciones mas absurdas que se le ocurrieron mientras nos enseñaba cómo funcionan los instrumentos musicales. Todos los niños quedamos asombrados y empezamos a brincar y cantar como locos.
“Me encanta la escuela”, pensé.
Esta experiencia me dejó muy emocionado. No había clase que esperara mas que la de música.
A la semana siguiente el maestro volvió pero ya no traía canciones alocadas ni nos hacía reír. En vez de eso se limitó a enseñarnos una canción, la cual teníamos que memorizar. Recuerdo que aunque lo notamos con otros ánimos, todos participamos escépticos, pues esperábamos que de manera espontánea se soltara y empezáramos todos a bailotear como el primer día.
El año escolar continuó, pero el ánimo de la primera clase nunca volvió. Repetíamos las mismas canciones, todos sentados en nuestro lugar. Ya no había aprendizaje, ni descubrimiento, ni juego.
La clase de música se volvió monótona. Mis compañeros ya no querían participar y a veces ni se esforzaban en tararear. Eso parecía no importarle al maestro. Se volvió serio, hasta el punto de volverse amargado.
Al terminar el año escolar el maestro se fue. Nunca lo volví a ver.
Siempre me pregunté lo que le habría pasado. ¿Lo habrán regañado en los primeros días porque no se apegaba a las reglas de la escuela? ¿le habrán recortado el sueldo? ¿habrá tenido un problema personal? ¿la primera clase solo fue un golpe de suerte?
Quizás nunca lo sabré. Lo que si sé, es que me impactó ver a esa edad cómo alguien iba perdiendo “la chispa” y se volvía marchito.

En la licenciatura tuve una situación opuesta.
En los últimos años de la carrera, la incertidumbre y el cansancio predominaban.
Un maestro, después de que concluí una exposición me dijo:
-Todos tenemos una curiosidad, un deseo infantil. Cuando ponemos nuestro conocimiento profesional, alimentamos ésta curiosidad; y la ponemos al servicio de la sociedad podremos lograr una carrera relevante. Es a través de conectar con otros con esta “alma infantil” que nos realizamos-
Esas palabras, aunque solo las escuché una vez, fueron un gran alivio. Pues entendí que a pesar de que las cosas pueden ser difíciles, hay “algo mas allá”. Todos queremos algo mejor, todos queremos expresarnos. Todos tenemos esa curiosidad infantil y queremos regresar a ella.
No soy de los que piensan que “en la vida hay dos clases de personas”. Como lo veo, vamos moviéndonos lentamente entre “la chispa” y “la nada”.
Es una lucha constante.
La vida nos golpea a todos, y sentir impotencia y frustración es normal. No somos de acero para resistir absolutamente todas las circunstancias que se nos ponen enfrente y estar animados todo el tiempo. De vez en cuando es bueno detenerse a reflexionar nuestro camino y experimentar el luto y la dificultad. Lo importante es tener siempre presente el porqué hacemos las cosas e intentar ir hacia “la chispa”, alejarnos de “la nada”, porque puede consumirnos (como sucede en la historia sin fin).
Creo que la diferencia entre quedarnos en un lado o movernos hacia el otro, tiene que ver con entender, y tener presente, que somos parte de un contexto y lo hacemos funcionar. Nunca sabemos a quien podemos inspirar o desanimar; a quien ayudamos a llevar una vida mas feliz.
Es una lucha difícil. Existen miles de motivos para que abandonemos nuestra “chispa”, pero sólo unos cuantos para que la mantengamos, pero creo que es una lucha que vale la pena.
Sé que el mundo es complicado, no todo se soluciona tratando de mantenernos optimistas. Existen (y siempre han existido) personas con mucho poder que lo dominan, y son capaces de modificar nuestras existencias con la mínima acción. A veces se siente como si miles de nosotros juntos haciendo grandes cosas no pudiéramos afectarlo como ellos. Que nosotros siendo “normales” no hacemos ninguna diferencia. Pero quiero creer que sí, que nosotros podemos aportar a nuestro contexto inmediato, y que aunque pequeños (el contexto o nuestras acciones), importan, ya que se dan por miles y se dan todos los días. (Aunque quizás no lo veamos de inmediato).